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Si hace unos meses planteaba en este blog el gran enigma de la salamanquesa sospechosa (caso todavía sin resolver), vuelvo a exponeros ahora otro de esos fenóoooomenos extraaaaaaaños que no dejan de sorprenderme: la paradoja de las libélulas mutantes.
Una mañana, estando sentada a orillas de un río, llamaron mi atención unas gráciles criaturillas que sobrevolaban las aguas batiendo sus alas de un intenso color azul. Describían caprichosas cabriolas en el aire, danzando con tal elegancia que no tardé en quedar hechizada ante la visión de sus juegos aéreos. Por suerte llevaba conmigo la cámara y pude tomar algunas fotos -bastante malas, la verdad- del baile de aquellas libélulas.
¿Adivináis qué hice el resto de la mañana? Pues lo pasé persiguiendo libélulas, cámara en mano, con la intención de conseguir un primer plano de alguna de ellas. ¡Y triste la hora en la que conseguí el esperado retrato! Aquella bella criatura, al acercarme a ella, se había convertido en algo parecido a una gigantesca mosca verde, que me miraba desafiante con sus ojos saltones mientras me amenazaba con una espeluznante cola-garra.
Y yo me pregunto el porqué de tan sorprendente cambio: ¿a quién quieren engañar las libélulas? ¿qué pretenden?

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