El puerto de nuestra ciudad es un buen lugar para pasar las tardes de invierno, porque su orientación permite disfrutar de los últimos rayos de sol del día. Por eso a mi hijo Sergi y a mi nos gusta salir a pasear por allí mientras él duerme su siesta en el cochecito.
… ¿He dicho «duerme»? Bueno, eso es lo que parece, aunque en realidad está bien atento. O ¿cómo si no podéis explicar que un niño de once meses conozca las historias del puerto y de sus habitantes platónikos? El otro día lo pillé in fraganti: Sergi aprovecha las noches de luna llena para escabullirse de su camita mientras los demás roncamos; gateando, vuelve al lugar de las siestas para, escondido entre los arbustos, espiar las idas y venidas de gatos, barcos y peces.
¡Qué fantántisco es ese tipo de espionaje! Je, je… ¡Qué bien que disrutéis así del puerto!
Saludos.