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Nadie sabe cuándo, cómo ni por qué las tortugas platónikas perdieron su caparazón. El caso es que lo perdieron, y desde entonces andan refugiándose por los rincones para ocultar su desnudez. Se esconden tan bien que es imposible encontrarlas; se quedan allí, en un rincón, muy quietas y muy atentas. ¿Atentas a qué? A los bolsos de los turistas: harán lo que sea para conseguir uno. Pero ¡no confundáis sus intenciones! Qué pueda haber dentro no les interesa, pues lo que persiguen es el bolso en sí. No importa si éste es de piel, de tela o plástico, tipo mochila, maleta, bolsa o macuto, a condición de que sea espacioso y con un buen par de asas. En cuanto tienen oportunidad ¡zas! salen disparadas de su escondite, agarran el bolso y… en un visto y no visto, galápago y bolso desaparecen sin dejar rastro.
Supongo que ya os imagináis qué hacen las ladronzuelas con el botín: ya vacío, se las ingenian para colocárselo a modo de mochila; de esta manera sustituyen las tortugas platónikas el caparazón perdido. Recuperada su autoestima, abandonan sus escondites y vuelven a nadar libres por las aguas platónikas.
(Consejo para turistas: las tortugas platónikas son muy coquetas y eligen muy bien su bolso; no habitarán ninguno que no haga juego con el color de sus ojos. Por eso, si queréis evitar robos, son recomendables los modelos de colores chillones y estampados estrafalarios)
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PD: Aquest post va dedicat a les compis de l’equipàs… vosaltres ja sabeu perquè ;-D

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