Las turmalinas, piedras consideradas mágicas desde tiempos remotos, fueron llamadas lyngurion por los antiguos griegos. Deben su nombre, aunque ya casi nadie lo recuerda, a los seres platónikos de los que proceden, los lynguros; pues en Platonia estas gemas semipreciosas no se encuentran en oscuras cuevas de las profundidades de la tierra, sino en las coronadas cabezas de unas aves similares al faisán blanco.