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-¡Corre Sonia, ven, que hay algo que se mueve entre las plantas!
Era domingo por la noche y un desconocido se paseaba por nuestro jardín. ¿Sería un visitante platóniko? Salí corriendo a comprovarlo. Pero estaba muy oscuro y no se veía nada.
Qué emocionante… Albert y yo, cual reporteros del National Geographic, buscábamos al intruso entre la maleza… Pero nada, no encontrábamos nada; parecía que nuestra presa había decidido permanecer inmóvil para evitar ser vista.
Al cabo de un rato, cuando nuestros ojos ya se habían acostumbrado un poco a la oscuridad, pudimos ver, acurrucadita en un rincón, una especie de bola del tamaño de un zapato, recubierta de púas. -¡Me parece que es un erizo! ¡Ten cuidado, a ver si nos va a disparar las púas!- Y es que nosotros, reporteros inexpertos que no habían visto un erizo en su vida, temíamos ser atacados en cualquier momento por aquella bola mortífera que olía a jamón.
Con extremo cuidado, conseguimos meter el erizo en una caja; pasados unos minutos, de aquella bolita salieron un hocico y unas patitas… y pensamos que un animalillo tan gracioso no podía ser «mortífero». Así que nos atrevimos a meter la mano en la caja para hacerle algunas fotos.
Nuestra «aventura» terminó en el bosque, viendo a nuestro amigo adentrarse entre los matorrales. ¡Adiós, señor erizo, vuelva usted cuando quiera!

;-)

Al día siguiente, buscando información sobre los erizos, descubrimos que no sólo no son peligrosos, sino que incluso hay gente que los tiene como mascota (lo podéis comprobar en páginas como ésta). Ay, pobres erizos…

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